Octubre 13, 2008
JOAQUIN FURRIEL :: La calma que antecede al huracán
Posted by E D I T O R I A L under ENTREVISTAS, NUMERO 10 | Etiquetas: JOAQUIN FURRIEL | Se crió en Adrogué, se formó en el Conservatorio de Arte Dramático y hasta no hace mucho ni se le cruzaba por la cabeza ser galán de novela. Compartió escenario con pesos pesados del teatro nacional, supo ser un verdadero sádico en el prime time de la televisión y hoy le pone el cuerpo a un seductor enamorado todas los mediodías. Se da el lujo de vivir con dos mujeres a las que ama: la talentosa Paola Krum, y Eloísa, la hija de ambos. Siempre que puede hace el bolso y se va de viaje. Ah, y muy de vez en cuando, se presta para una entrevista.
. . .
. . .
. . .
. . .
TXT: Marcelo León · PH: Carlos Monti
Agradecimientos: Kiko Carrouthers
PM: ¿Como llevás esa doble vida de actor de teatro y actor de TV?
JF: Yo surgí en el teatro y más tarde decidí ampliar la perspectiva laboral. El teatro es fascinante, porque es único ese momento de la representación. Y el público es mucho más exigente. Se moviliza para verte, paga su entrada, y eso ya genera una elección, mayor a la de un público como el de la televisión que es comparativamente más pasivo, que simplemente hace un zapping y ve qué es lo que hay. Podés estar viviendo un programa que va muy bien, que gusta, pero es difícil poder adueñarte de ese momento porque el espectador no tiene forma. La televisión te potencia popularmente, y a mí me gusta que mucho público de la televisión vaya al teatro y descubra obras como las que venía haciendo.
PM: ¿Por qué elegiste representar un clásico como Un guapo del 900?
JF: La experiencia del Guapo tenía que ver mucho con recuperar un teatro que se hizo hasta el época del ‘50. Los actores de teatro, que también hacían radioteatro, eran inmensamente populares: los teatros se llenaban, había hasta cinco funciones por día. Con la inserción de la televisión y el auge del cine todo eso quedó relegado. Lo que hicimos con Un Guapo… se entiende como una intervención urbana: buscar un espacio y poder resignificarlo para poder contar una obra clásica argentina. Lo que me interesó del proyecto tuvo que ver con ese espíritu de sacar el teatro a la calle. Y también ahí hubo otro aditivo que fue interesante, ya que al ser producido por la Secretaría de Cultura de la Nación o el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires en un inicio, la entrada fue gratuita. El público de entrada gratuita muchas veces llega por curiosidad, y siempre es mejor que la curiosidad sea gratis. Yo creo que hubo un gran porcentaje de espectadores que era la primera vez que veía teatro en su vida. Me gustó ese riesgo de ver qué pasaba con una obra de teatro al aire libre para tres mil personas, si se podían escuchar los silencios, si se podían escuchar los textos, si el teatro podía mantener la atención general. Haberlo vivido, haberle puesto el cuerpo y verlo plasmado para mí fue una sensación de logro.
:: CON LA PIEL DEL LOBO
PM: Tu interpretación de Marcos Lombardo, en Montecristo, mereció elogios del público y de la crítica. Ahora, viéndolo a la distancia, ¿Qué te generó el personaje? ¿Cómo te acercaste a un papel así?
JF: Creo que por un lado el personaje estuvo muy bien escrito, y eso facilita las cosas, incluso el entrenamiento diario que uno hace para no perder conexión con el papel. Por ejemplo en Don Juan... yo tengo un plano mucho distendido, todo el tiempo haciendo chistes con el equipo con el que trabajo, con los técnicos, todo en un plano de mayor humor, porque me sirve estar más liviano para lo que después voy a tener que hacer en la pantalla. En Montecristo yo no estaba con esa energía. Mi recorrido durante el día era más solitario, estaba más concentrado. Y fue también agotador, porque en una tira diaria con tanta velocidad, es exigente tratar de retener el personaje, de no alivianarlo, que tenga el conflicto permanente. Fue muy lindo hacerlo, pero me bastó para que al año siguiente no me dieron ganas de hacer ninguna tira. Este año quise volver pero con un personaje mucho más tranquilo, necesario para cambiar, porque si estas siempre en un mismo rol llega un momento que te quema.
PM: ¿Y la experiencia de haber trabajado junto a tu mujer? En la ficción le hiciste pasar las mil y una…
JF: Nosotros nos conocimos trabajando, haciendo Sueños de una noche de verano en el Teatro San Martín, y una de las cosas que me gustó de ella también fue la manera en la que trabaja. Es una de las actrices que yo más respeto y con las que yo siempre tuve ganas de trabajar. En Montecristo me volvió a gustar trabajar con ella, y lo que teníamos que actuar era muy divertido porque era muy diferente a nuestra realidad.
PM: Toda un desafío para el lugar común: por un lado podés dar testimonio de que se puede estar en la televisión sin divismo y por otro lado también das cuenta de trabajar jornada completa con tu mujer, volver a casa juntos, y hasta seguir hablando de trabajo…
JF: Lo que pasa es que ni mi mujer ni yo somos muy adictos al trabajo. Trabajamos en horario laboral pero no volvíamos a casa a ponernos a ver el programa. Ahora mismo, no se nos da por ver mucha televisión. Por lo general llegábamos y estábamos en otro plan, necesario también para poder después convivir tanto tiempo. Para un actor a veces es difícil comprender que uno no es sólo su trabajo. Yo salgo de grabar y voy a hacer las compras, y me dicen: “che ¿que vas a hacer con Josefina?” Entonces se siente que no parás de trabajar. Para mí no es más que un juego de improvisación permanente, algo que uno hace en cualquier pueblo o barrio donde la gente se conoce, se saluda, uno hace un chiste y el otro lo contesta.
:: LA MARCA DEL BARRIO
PM: Vos te criaste en sur. ¿Sos de evocar esos años?
JF: Yo no sé cuánto de lo que cuento de Adrogué es realidad y cuánto es la parte de la novela que uno va escribiendo en su propia vida, porque los recuerdos siempre se van llenando con cosas que el tiempo transformó. Sin lugar a dudas es un espacio que habla mucho por mí, por las distancias de esas calles, los adoquinados, los plátanos, la alergia al polvillo del plátano, esa caminata durante años desde de las cinco esquinas, que era donde yo vivía, hasta el Colegio Nacional. El mismo Colegio Nacional, el centro de Adrogué, la avenida Meeks en Temperley, algunos lugares de Lomas, las primeras historias de amor, la testosterona… Ese estado adrenalínico de la adolescencia, en donde es difícil encontrar la propia identidad. A mí me pasaba algo especial, porque tengo un apellido que en mi barrio era conocido. Yo crecí viendo los carteles de la inmobiliaria de mi abuelo o de mi padre por un montón de lugares. Y era cómico, porque cuando vi mi apellido por primera vez en una marquesina de teatro me reía: “Falta ponerle el “Vende” abajo”, decía. Y en definitiva algo estoy vendiendo. Me parece que la amistad, los viajes, muchas cosas que hoy son parte de mi rutina crecieron en ese lugar.
PM: ¿Ibas mucho al teatro de chico?
JF: No tanto, ni tanto cine, ni mucho menos muestras de pinturas, y sin embargo son todas cosas que con el tiempo me han ido gustando cada vez más. Éramos más de ir a recitales. He escuchado bandas muy grosas de los ‘80 gracias a mi papá, porque sino no las hubiera podido escuchar por la edad que tenía. Y después en mi familia siempre hubo un gran apoyo a lo que elegí, porque siempre mostré mucho interés por lo que hacía, y siempre han tenido una actitud muy buena conmigo. Siempre me estimularon a que siguiera para adelante. Estoy muy agradecido por haber encontrado una vocación y una familia que me ayudó a que me pudiera desarrollar.
PM: ¿Tenés algún personaje en vista para el futuro inmediato?
JF: Yo creo que uno no elige los personajes, sino que los personajes lo elijen a uno. Van llegando y vas armando un viaje interpretativo, que es la suma de pequeñas elecciones en diferentes momentos. Mis objetivos son de corto y mediano plazo. El inmediato es el personaje que estoy haciendo hoy. Y el largo plazo es simplemente poder seguir con ganas de actuar, nada más que eso. Esta profesión me ha dado muchas posibilidades, no solamente la posibilidad de la popularidad que te puede dar la televisión, sino que tuve la posibilidad de viajar, estuve en festivales internacionales maravillosos, he conocido gente muy interesante. Todo eso te va formando.
La idea del viaje como marco de aprendizaje es algo recurrente en Furriel, que lo llevo a recorrer lugares como India, Nepal, Tailandia, Malasia, Vietnam, Camboya, Java, o Lombok, y en todos los casos, primó más el espíritu mochilero al paquete prolijito de las agencias de turismo.
JF: Todo parte de la curiosidad. Yo creo que lo mejor que uno puede hacer es tratar de entender como es el sistema con el que se organiza el mundo, para encontrarse lo más libre posible para hacer cosas que a uno le provoquen placer. Sino el placer uno lo logra por lo que un gran estudio de markerting diseñó y te vendió. Por ejemplo, el turismo está armado de una manera tal que las veces que lo he vivido así, sentía que me estaba quedando afuera de algo. Entonces probé viajar de otra manera, más austera, con mayor margen de error, pero justamente de esa manera pude conocer mejor la parte cultural de la gente, y de esa manera conocer mejor mi propia cultura. Me gusta la diferencia. A veces uno cuando está muy encerrado en su propio lugar puede terminar hablando y obrando por lo que dice la mayoría. Y la historia demuestra que las mayorías han destruido muchísimas cosas por el miedo que genera pensar diferente. Y cuando uno viaja piensa diferente, porque ves diferentes religiones, diferentes pobrezas, diferentes riquezas, diferentes lenguas, diferentes expresiones, diferentes vestimentas, diferentes comidas, diferentes paisajes, diferentes climas, diferentes maneras de vivir la niñez, la vejez, el trabajo, el transporte… Ver todas las posibilidades que como especie hemos creado me resulta muy estimulante. También en esos viajes hay playas alucinantes y montañas increíbles, me gusta disfrutar de la playa, del sol, del agua, no es que estoy todo el tiempo como un trotamundo, solo que la belleza para mi no es una suite un poco artificial.